La rehabilitación de poco les sirvió. Diego, José Luis y Salvador «volvieron a nacer» gracias a piernas de última generación, fabricadas con titanio y válvulas eléctricas que les vuelven atletas
A Diego le gusta pasearse por su pueblo en pantalón corto. Al principio, las miradas curiosas (y algunas morbosas) se giraban para verle caminar, para comprobar que ese primer vistazo no les había engañado. Lleva dos piernas de hierro, pero no son cualquiera, las que utiliza son de última generación, las que crea la empresa alemana Ottobock, cuyo fundador, Otto Bock, inició su andadura en 1919 para proporcionar prótesis a los mutilados de guerra. Hoy, son más las personas con enfermedades vasculares y los que sufren accidentes de tráfico o laborales los que se ponen en sus manos. Eso sí, ahora todo es titanio y válvulas eléctricas que se asemejan, cada vez más, a una pierna humana, nada que ver con esas primeras patas de palo.
Hace siete años, Diego sufrió un accidente laboral, trabajaba en el campo, «se volcó la maquina y me aplastó las piernas», recuerda. Él llegó a ver cómo sus extremidades se separaban de su cuerpo. «En el helicóptero me dijeron que me las tenían que quitar, pero yo ya estaba mentalizado». Su recuperación es aún más dura que la de la mayoría de amputados a los que sólo les falta un miembro. Él sufrió una doble pérdida y, además, una de ellas, por encima de la rodilla, aún más difícil para volver a ponerse en pie. «Estuve dos meses en rehabilitación pero no me sirvió de nada. Allí no tenían ni idea de lo que era una prótesis eléctrica y me dieron una pata de palo, sin ninguna movilidad, no se adaptaba al movimiento». Y es que de lo que se queja Diego es que la oferta prótesica que cubre la Seguridad Social es de 1995, no recoge ninguno de los avances que se han presentado hace unos días en la feria de ortoprotésica que se ha celebrado en Ifema. Fue el propio Diego el que, con 30 años, se puso a investigar. «Google fue el que me dio las ideas». Él contaba con un factor a su favor, su accidente era laboral y, por lo tanto, «pagaba la Mutua». Empezó con una pierna hidráulica, pero en seguida, pasado un mes, optó por la eléctrica. Lo cierto es que verle caminar impacta. No porque lleve dos gemelos de titanio y un tobillo que consigue imitar a la perfección el humano, sino porque no parece que los lleve. Se mueve con libertad. «El pie que llevo se va adaptando a cada terreno y yo recorro todas las partes del pueblo sin problema». A Diego, aun hoy, le hace gracia cuando «los niños se giran para mirarme, quieren tocar la pierna, pero los padres tiran de ellos. Creen que me molesta». Todo lo contrario.
A José Luis los niños también se le acercan, es la sensación del colegio de sus dos hijas. «Tu padre es Ironman», les dicen los compañeros. A ellas les encanta que vaya a recogerlas, pero hasta llegar a este punto también ha pasado por un periodo difícil. Ahora tiene 30 años, pero con 26 «un conductor borracho se saltó un Stop y me arroyó con la moto», recuerda. En el hospital gaditano donde le atendieron tardaron un par de días y fue él el que tomó la decisión de amputar la pierna. «No tenía salvación, así que me la cortaron y listo». Él, al igual que Salva, también tuvo que pasar por dos meses de rehabilitación, con una prótesis que no cubría sus necesidades. Es una persona muy activa y «necesitaba llevar la vida de antes». Empezó a probar pies y a practicar deportes que antes no hacía. Comenzó con el baloncesto en silla de ruedas y vio que no se le daba mal, poco después, gracias a Ottobock, empezó a correr. Siempre lleva consigo varias prótesis. «Qué pesado eres queriéndote llevar todas tus piernas», le dice su mujer cada vez que salen de viaje. Y es que cada una tiene su utilidad. Nos enseña la que usa para correr. «Me llaman el Pistorius de Cádiz», afirma bromeando, pero es que lo es. Los «runners» de su zona cuando le ven se acercan interesados. «¿Podemos correr contigo?», le preguntan. «Te siguen como a Forrest Gump», bromea. Es cierto que, como cualquier persona, «también tienes tus días, pero hago una vida completamente normal. Me levanto, me pongo mi pierna y no me la quito hasta las dos de la mañana. Ella forma parte de mi vida».
«Ser uno más»
Los tres son miembros de la Asociación Nacional de Amputados de España (Andade) y hacen lo que ellos echaron en falta cuando perdieron sus extremidades: acudir a los hospitales para dar esperanza a los recién amputados. «Por mucho que les intenten dar tratamiento psicológico, lo que de verdad los alienta es vernos a nosotros, vernos andar, llevar una vida normal», afirma Salvador. José también visita casas de afectados, «o voy con mi traje, mi zapato y cuando llego me dicen que yo no entiendo lo que les está pasando». Es en ese momento cuando él se levanta el pantalón y les enseña «sus motores». «Soy uno más», les dice.
Estos avances en las prótesis los ayudan a llevar una vida normal porque cada vez son más reales, más similares al movimiento fisiológico humano. Paula es una de las rehabilitadoras de Ottobock, que los ayuda a dar sus primeros pasos y va controlando sus movimientos. «No todos se adaptan igual porque el equilibrio juega un papel muy importante», reconoce. Sobre todo, lo que consiguen es que la cadera y la espalda no sufran, que sí lo hacen con las piernas hidráulicas o más antiguas porque necesitan desplazar la cadera para lograr el movimiento. Estas nuevas extremidades «inteligentes» son capaces de captar la necesidad de cada persona en función de la carga, del peso que ponga, hasta tienen sistema antitropiezo o una función para subir escaleras. Lo malo sigue siendo el precio: no bajan de 30.000 euros, un coste que, a menudo no se puede pagar.
Fuente: La Razón.