El Concurso Nacional de Deletreado de Estados Unidos en 2023 comenzó como cualquier otro, pero la polémica irrumpió en la competencia cuando Suzy Hamilton, una niña de 8 años, resultó ganadora. En la mitad del evento se descubrió que cuatro años antes, Suzy, al sufrir convulsiones y severos problemas de atención y comportamiento, había recibido un tratamiento experimental: un implante neuronal que impedía sus convulsiones y la ayudaba a concentrarse. Resultó que el aparato también parecía convertirla en un prodigio de la memorización.
¿Era Suzy completamente humana o parte máquina? ¿Era justo que participara de una competencia con rivales de sólo carne y hueso? Las demandas no tardaron en llegar a las cortes. Una nueva batalla sobre derechos civiles —sobre la definición de la palabra “humano”— había comenzado.
¿Suena fantasioso? No lo es. Durante la próxima década, nuevas tecnologías implantables alterarán de forma radical el panorama social. Nos acercamos con rapidez a un hito en la relación entre seres humanos y su tecnología. Las familias solían reunirse alrededor de la radio como si fuera una chimenea. Luego las radios portátiles se subieron a nuestros hombros. El Walkman de Sony se metió en nuestros bolsillos y hundió sus tentáculos negros en nuestros oídos. Las herramientas más nuevas se acercan aún más: pronto se instalarán debajo de nuestra piel. Es más, algunas ya lo han hecho.
Esas herramientas no son siniestras. Son creadas para solucionar problemas reales. Las prótesis ayudan a que la gente se mueva, y los implantes neuronales a que piensen. Pero la tecnología podría no sólo borrar déficits físicos o mentales sino también dejar en mejores condiciones a los pacientes que quienes no tienen alteraciones en su cuerpo. La persona que tiene una discapacidad hoy podría tener una supercapacidad mañana.
En mi nueva novela Amped, estos implantes crean una clase de personas súper capaces, cuyas habilidades desestabilizan la sociedad en general, al desatar un movimiento de derechos civiles. El libro se inspiró en ver cómo las tecnologías que brindan supercapacidades ingresan a nuestra sociedad a través de quienes más las necesitan, como personas con un miembro amputado y quienes sufren de ceguera, sordera o lesiones cerebrales serias. Pero esas mejoras casi inevitablemente se volverán una elección, y luego enfrentaremos algunas decisiones difíciles. ¿Deberíamos tener un derecho soberano ilimitado para mejorar nuestros propios cuerpos? ¿O esas decisiones deberían ser reguladas?
El debate podría desatarse en unos meses, en el resplandeciente escenario internacional de los Juegos Olímpicos. El abanderado del futuro de supercapacidades es Oscar Pistorius, un corredor sudafricano cada vez más famoso a quien le amputaron ambas piernas por debajo de la rodilla. Con unas prótesis de fibra de carbono para correr, Pistorius puede desafiar al más rápido de los corredores del mundo. Actualmente está a sólo una carrera de representar a Sudáfrica en Londres.
Si Pistorius obtendrá el permiso para competir o no ya no es un tema. En 2008, la Asociación Internacional de Federaciones Atléticas le prohibió competir. En respuesta juntó a un equipo de científicos estrella que lograron revertir la decisión. Si Pistorius puede calificar (actualmente es el único sudafricano que superó el tiempo de calificación olímpica de 45,3 segundos para los 400 metros), se convertirá en el primer corredor amputado que compite en los Juegos.
Los científicos sostuvieron de forma convincente que las ventajas de las prótesis de Pistorius eran contrarrestadas por las desventajas de sus amputaciones. Pero la tecnología de prótesis está mejorando con rapidez hasta el punto en que el balance podría inclinarse. La prótesis del mañana, fabricada con materiales avanzados como fibra de carbono y titanio, y controlada por implantes cerebrales que podrían brindar control intuitivo neuronal, bien podría ser un miembro viviente, que respira, con sentido de tacto y la capacidad de reaccionar de forma inteligente a un entorno cambiante. En los más altos niveles del deporte, atletas con meras “modificaciones” podrían no poder competir.
Esos escenarios probablemente tengan repercusiones en varios campos. Algunas personas considerarán que los supercapacitados hacen trampa, al usar tecnología para romper las reglas. Otros los verán como competidores tenaces con la audacia de superar graves obstáculos. Más allá de eso, el mundo pronto será testigo de un realineamiento épico de la relación entre “discapacitado” y “capacitado”.
La meta para muchos amputados ya no es alcanzar un nivel “natural” de capacidad sino superarlo, usando la última tecnología disponible. Como lo ve esta nueva generación, las herramientas están evolucionando más rápido que el cuerpo humano, así que ¿por qué obedecer los límites de la mera naturaleza?
Mientras investigaba las vidas de amputados para mi novela, conversé con DeWalt Mix, quien a los 27 años tuvo un devastador accidente de motocicleta. Dos años después del accidente, tomó la difícil decisión de que le amputaran su pierna severamente herida por debajo de la rodilla y se la reemplazaran con una prótesis de fibra de carbono y acero. “Si no puede imitar fielmente las capacidades de la original, entonces quiero algo mucho mejor”, afirma sobre su prótesis.
La industria lo está teniendo en cuenta. En febrero de 2012, Nike se unió a la empresa ortopédica Össur para presentar su primera prótesis para carreras, llamada la “Suela Nike”. Apoyada por la triatleta amputada Sarah Reinertsen, la cuchilla de fibra de carbón aparece en comerciales que se centran su superar la adversidad: “No pienso en eso”, afirma Reinertsen en uno de los anuncios. “Sólo corro”. Seguramente otras importantes empresas de deportes e indumentaria seguirán el mismo camino.
Las prótesis de miembros no son la única tecnología que atraviesa un renacimiento: los implantes neuronales también están madurando con rapidez, y prometen brindar mejoras mentales en lugar de físicas.
Los implantes neurales, también llamados implantes cerebrales, son aparatos médicos diseñados para ser colocados bajo el cráneo, en la superficie del cerebro. Usan delgados electrodos de metal para “escuchar” la actividad cerebral y en algunos casos estimular la actividad en el cerebro.
Los implantes neuronales existentes tratan enfermedades serias. Los implantes cocleares transmiten sonidos recogidos de un micrófono externo directamente al nervio auditivo y de ahí al cerebro. Según la Administración de Drogas y Alimentos de EE.UU., más de 200.000 personas ya usan implantes cocleares en todo el mundo. Otros implantes neurales actúan como “marcapasos cerebrales”, estimulando los cerebros de los pacientes que sufren el mal de Parkinson.
En el futuro, los implantes podrían reconocer una falta de atención y hacer que un cerebro se concentre o fortalecer pasajes neuronales asociados con tareas físicas. Podría reconocer ciertos movimientos y estimular neuronas asociadas para ayudar al cerebro a aprender más rápido. Sus primeros usuarios podrían ser personas que están volviendo a aprender a caminar tras un derrame cerebral, por ejemplo.
Sin embargo, después de que las personas con lesiones graves usen la tecnología, ¿quiénes seguirán? Un día no muy lejano podríamos tener una nueva clase de personas muy inteligentes y muy rápidas, que hasta poco antes tenían discapacidades y envejecían.
Fuente: The Wall Street Journal Americas. http://online.wsj.com/article/SB10001424052702303753904577454942611101780.html