«Todo empezó con un bulto en el codo». Así comienza Henar Gundín, una leonesa de 57 años, a relatar la historia de cómo perdió su brazo derecho. Fue hace cuatro años, cuando le detectaron un sarcoma (tumor maligno) y le tuvieron que amputar la extremidad. Ella era diestra y ha tenido que reaprender muchas cosas que ya sabía en este tiempo, desde hacerse un moño hasta escribir como si fuera zurda, pero también otras nuevas, como manejarse con una prótesis o, peor aún, soportar el dolor crónico.
Padece el llamado síndrome del miembro fantasma, que es la percepción de conservar una extremidad que ha sido amputada, y que puede venir, o no, acompañada de dolor. Un dolor, sin embargo, que no tiene nada que ver con el inflamatorio (cuando te das un golpe y te duele) y que consiste en pinchazos, hormigueos, escozor, calor y descargas nerviosas que recuerdan a las eléctricas, entre otros síntomas. Sensaciones muy intensas y recurrentes cuya magnitud varía a lo largo del día.
Henar, por ejemplo, siente pinchazos en los dedos de la mano y descargas en el brazo que ya no tiene. Solo se le pasa al dormir, pero reaparece si se desvela. De lo único que se alegra es de que no le pase también en el pecho. Tiene una mastectomía a raíz de un cáncer de mama y este dolor, a pesar de ser más frecuente en extremidades, se puede desarrollar en cualquier otra parte del cuerpo extirpada, a excepción de los órganos internos.
Ella lleva cuatro años sin tregua y no sabe cuánto se alargará la situación. «Es la peor parte de la amputación», reconoce. «A vivir sin brazo te acostumbras, al dolor no, porque es terrible», asegura. De hecho, se han registrado casos de suicidio de pacientes amputados que no han podido soportar la experiencia. «El dolor te invalida más que perder un miembro. Yo, por ejemplo, me tuve que jubilar antes de tiempo», cuenta esta leonesa que ahora forma parte de la Asociación Nacional de Amputados de España (ANDADE).
Para paliarlo, toma medicación –los fármacos más típicos en estos casos son los antidepresivos y los antiepilépticos– y ha probado distintas terapias. Una de ellas es la del espejo, que consiste en provocar la ilusión de movimiento del miembro amputado a través del reflejo de la extremidad sana y así activar los circuitos neuronales lesionados. También lo intentó con rehabilitación, parches de morfina y la cámara hiperbárica (máquina que suministra oxígeno extra a una zona corporal afectada para intentar sanarla), pero nada le ha funcionado aún.
No es algo extraordinario. «El porcentaje de incidencia de este síndrome es de entre un 80-100% de la población amputada y, de ellos, entre el 60-80% siente dolor incluso pasados varios años desde la cirugía», expresa el doctor Manuel Ruiz Castro, especialista en anestesiología, reanimación y terapia del dolor del Hospital Universitario Príncipe de Asturias de Madrid. «Además, el alivio completo es raro. Se puede dar tras tratamientos prolongados, pero lo más habitual es conseguir un alivio parcial».
Las amputaciones son el resultado de alteraciones en la circulación periférica. Los motivos son variados: enfermedades vasculares (diabetes, arterioesclerosis), accidentes (laborales, de tráfico, militares), tumores, congelaciones. El 70% de los casos de amputación en España, por ejemplo, están relacionados con la diabetes, según la Federación Española de Ortesistas y Protesistas.
El problema es que, cuando un miembro se amputa, se seccionan los nervios y, estos, al intentar regenerarse, se ramifican desordenadamente y forman neuromas (engrosamiento del tejido nervioso en la parte del muñón), donde se origina el dolor. Sin embargo, la mayoría de las teorías contemporáneas centran el origen de estas sensaciones en el propio cerebro, que las generaría en su intento de mantener la actividad previa del miembro desaparecido. Algunos investigadores, incluso, han descrito que el cerebro puede reasignar la información sensorial que le correspondería al miembro ausente a otra parte del cuerpo. Por ejemplo, de un pie amputado a una mano sana. Así, cuando el paciente se toca la mano siente, además, el pie que le falta.
Algunos factores que incrementan las posibilidades de desarrollar el síndrome de miembro fantasma son: infección de la herida, reducción del flujo sanguíneo o hematomas en la zona afectada; situaciones estresantes o daño previo en la médula espinal.
También se ha descubierto que las personas que sienten dolor en el miembro antes de la amputación suelen padecerlo después. Por ello, es común aplicar técnicas analgésicas días antes de la cirugía para bloquear los impulsos nerviosos dolorosos a nivel regional. Por ejemplo, la anestesia epidural (la que se pone en los partos), se utiliza antes de amputar miembros inferiores. «Es como apagar un ordenador, si lo haces bien (con tratamiento preventivo), no tiene por qué pasar nada, pero si lo desenchufas bruscamente (amputación traumática) dará error (dolor)», explica el doctor Alfonso Vidal Marcos, coordinador de Anestesiología y Reanimación y de la Unidad del Dolor en el Hospital Quirónsalud Sur de Madrid. Esto solo es posible en amputaciones programadas, como la de Henar, pero, aun así, el dolor puede surgir a posteriori.
Esta sensación también varía según el momento de la vida en que se realice la amputación y cómo se produzca. «Los niños, que tienen un sistema nervioso inmaduro, responden mejor a los fenómenos de neuroplasticidad (adaptación de las neuronas a los cambios) y su recuperación es más integral», destaca el doctor Ruiz Castro. Por su parte, los adultos que han perdido un miembro de forma traumática (accidentes) y quienes sufren trastornos psiquiátricos previos, tienen más probabilidades de desarrollar el síndrome con dolor.
Prótesis más ligeras
Para que estas personas pudieran recuperar cierta movilidad se desarrollaron las prótesis. Henar ahora lleva una mioeléctrica, que cumple la función de agarre y sujeción a modo de pinza y que le facilita la actividad, pero no le quita el dolor. «También las hay biónicas, que permiten el movimiento de los dedos, pero son mucho más caras», expresa. La suya le costó 26.000 euros, pero algunas llegan a los 70.000, depende de su sofisticación.
ANDADE lleva años luchando para que el Ministerio de Sanidad incluya en el catálogo de financiación de prótesis las que son de última generación, porque son más ergonómicas y duraderas y dan mayor calidad de vida.
«Yo pediría que los fabricantes, con independencia del precio, utilizasen materiales más ligeros en todas las prótesis. La mía pesa unos 5 kilos y es como llevar una mochila a cuestas. Me sobrecarga la parte del cuerpo que hace de contrapeso, así que la utilizo menos de los que debería porque es muy incómoda», lamenta Henar. Ella solicita además, que a las personas sin un miembro superior también se les considere población con movilidad reducida. «Tenemos piernas, pero seguimos necesitando ayuda. No contar con algunas facilidades nos condiciona mucho la vida diaria».
Fuente: León Noticias.